He de admitirlo: me aburrí; pese a los momentos brillantes, las sutilezas tímbricas y el torrente rítmico de no pocos instantes, me invadió una sensación general de no presencia en el interior de la música, de no estar siendo arrastrado por ésta al intestino de la emoción.
Supongo que se trató de una convergencia de varios factores: la duración del programa –excesiva, quizás–, las obras escogidas, las pausas obligadas por los cambios de disposición instrumental, los rituales consustanciales a una sala de conciertos convencional, mi posible hartazgo ante determinados lenguajes…
No tengo una respuesta concreta, quizás tampoco la haya ni, por otra parte, sea necesaria pero aprovecharé para apuntar retazos de lo vivido; como quien toma notas para un relato que nunca escribirá.
El público estaba formado básicamente por personas del gremio que acudieron con invitación y aplaudieron sin chistar. Los musicólogos y críticos presentes harían (hicieron), supongo, elogiosas glosas hacia las obras y los compositores… Me imagino un ensalzamiento sin dardo de la sutileza japonesa en esa flauta con voz, en lugar de remarcar el tedio y la atonía que producía la ausencia de contraste entre las partes y los materiales –ésa era la hipnótica intención, dirán algunos…
Vino el caribeño Ligeti, apátrida, a salvar la situación.
Y estuvo también el erudito buen hombre conocedor de toda la música… Señor admirable y provocador de ternuras pero, ¿dónde está su voz? ¿Cuál es? ¿Para qué conocer el detalle de la musica omnia precedente si lo propio es mediocre?
Olí estos pensamientos emanando de algunos cráneos:
Al ser nuestra criatura, sólo habrá de cumplir los requisitos planteados por nosotros, los excelsos. Haremos academicismo pero llamándolo con el término opuesto; nos rascaremos la espalda mutuamente. Aplaudiremos con bravura y alabaremos la maravilla; crearemos una conciencia de grupo resistente. Tomaremos a los compositores rebeldes precedentes, a los herejes de épocas pretéritas como los precursores necesarios de nuestro neoacademicismo y nos sentiremos sus sucesores porque somos parte de la misma flecha de tiempo que impulsa y guía al Arte bueno.
Un minuto de ésta, aquel pasaje de la otra, ese timbre de allí, un engarce rítmico logrado… Son momentos, destellos aislados; ¿qué intención los agrupa?
¡Ah! Monsieur le Concept, ¿a quién hablas? ¿de qué le hablas?
La etiqueta de tiempo o estilo se hace ya inconsistente; limita, justifica y separa, sólo eso. No voy a golpearme voluntariamente más... Intemporal, eso busco. Independientemente de tu fecha de nacimiento, contienes la proporción precisa de los elementos adecuados para poder seguir conmocionándonos a través de los años y el espacio.