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Jorge Sancho

Operaciones...

Actualizado: 28 dic 2019


¡La falta de escena! ¡Eso era! ¡La orquesta-ejército sobre andamios amarillos! ¡Sutiles proyecciones con juegos de luces invocando y corporeizando al espíritu desencarnado…!

En el año del bicentenario del Teatro Real de Madrid, mi 2018 escénico podría resumirse en dos óperas escuchadas en correlación estacional casi perfecta: una a finales de mayo, “Die Soldaten” y otra, “Only the Sounds Remains”, a principios de noviembre. La potencia de la primera en una primavera que empezaba a oler ya a verano y la delicadeza de la segunda, en un otoño que caminaba hacia su invierno.

Dos estrenos en España –no entraremos en ello– que, aparentemente, podríamos describir como opuestos en todos sus aspectos: la instrumentación –gran masa orquestal contra conjunto de cámara amplificado–, la inspiración dramatúrgica –texto alemán del XVIII, Jacob Lenz, contra adaptación de Ezra Pound de dos obras de teatro Noh–, la estructura del libreto –tiempos y escenas superpuestos contra linealidad narrativa–, el “peso” anímico vivido durante la representación –opresión de bota de soldado en el pecho contra levitación de espíritu ligero–, el lenguaje y las técnicas compositivas, etc.

Opuestas en todo lo anterior, sí, pero unidas –y aquí está lo significativo– por su belleza expresiva, su intensidad sonora y por la beatífica sensación final que su eco dejó en mis oídos: por medio de la catarsis en el caso de Zimmermann, mediante la expiación en el de Saariaho.


Para quienes no comprendemos del todo este género que, en ocasiones, acaba resultando una suerte de disparate músicoteatral con mayor o menor gracia y, en consecuencia, no nos arrastra al disfrute completo de su liturgia, las propuestas alejadas de la convención nos encandilan desde los primeros compases. Quizás porque su secreto radique en el vacío…

¿Para qué decorados? ¿Para qué vestuarios de filigrana? ¿Para qué escenografías complicadas? ¿Para qué “tableaux vivants”? Con unos elementos mínimos que acojan la música sin apenas distracciones visuales podemos sentir una escena palpitante conformada y habitada por el propio sonido, sus cualidades y sus trayectorias.

En “Die Soldaten”, ¿qué mejor que los propios músicos-soldados confrontados al público para simbolizar las vivencias amargas de Marie? En “Only the Sound Remains”, ¿habría una opción mejor o más ajustada que una escena desnuda donde el juego de las luces y las veladuras hipnotizan al oyente para transmitir la sutileza metafísica del argumento?

Despojado ya hace tiempo de los números de ballet, las siguientes conquistas de este género deberían ser la drástica reducción del ornamento teatral y la simbiosis tímbrica entre voz e instrumentos; dejando así sólo al sonido la capacidad, casi la obligación, de ser el protagonista de su exuberante dramaturgia.

¡Larga vida a ESTA ópera!

 

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