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Jorge Sancho

Estética parcial (Partiels)


Ya… pero ¿cuál es el propósito estético de la obra?


Y dudé qué responder ante tal pregunta porque hizo cuestionarme si un punto de partida “científico” y un objetivo acústico de naturaleza descriptiva o imitativa eran argumentos suficientes para sostener sonoramente una obra ante los oídos tanto de oyentes iniciados como de aquéllos poco o nada acostumbrados a la música del último cuarto del siglo XX.

Y me hizo pensar sobre los marcos de referencia que nos hacen asumir o emitir inconscientemente ciertos juicios o prejuicios –postjuicios modulados también– en función del paradigma óptimo que nuestras elecciones y decisiones –muchas sinceras y reales; otras, inducidas por lo que “cabría esperar”– han ido forjando en nuestra mente.


¿Basta acaso con la recreación de un espectro idealizado cuyos parciales van reduciendo paulatinamente su grado de armonicidad mediante un simple procedimiento de cambio de octava y de orden de aparición? Y si a lo anterior añadiésemos una compresión predecible de la duración del transitorio de ataque recreado y diéramos un peso cada vez mayor a la inarmonicidad del primer formante mientras aumentamos la inestabilidad tímbrica en el proceso de extinción del sonido, ¿serviría como verdadero principio estético?


Una posible primera respuesta nos serviría de simpático recuerdo al recientemente fallecido Pau Donés: depende… ¿de qué depende? –preguntarían algunos. No tanto del color con que se escuche sino de la riqueza cromática de las intenciones vertidas a la hora de crear. Una segunda categoría de respuestas –“sí” o “no”–, más asertivas, daría pie a un erudito y animado coloquio argumentado al que tan dados son los músicos serios franceses. Tras él, quedaríamos todos fascinados por la claridad intelectual mostrada, por la finura y justedad de los términos escogidos, por el impulso aparente que daría a nuestro espíritu… pero algún día habríamos de volver a coger el lápiz y tal vez, ese optimismo argumental se desvaneciese fugaz en un instante.


Al hilo de esto, recuerdo que J. también mencionó a la “Academia” –sonó la palabra a mármol solemne en su voz– como epítome de lo que conlleva pertenecer a esa ilusión de que determinados círculos o grupos endogámicos albergan un cierto grado de Verdad por ser herederos de una tradición contra la que luchan. Pude sentirme aludido en un primer momento pero luego comprendí que no es tampoco mi ámbito pues, aunque pertenezco a una asociación de compositores –esto daría pie a otro gracioso texto– y mis mayores posibilidades de ser sonado pasan por aquéllos o por ésta, no soy un intelectual ni tengo la suficiente cultura como para comprender la evolución del arte o de las voluntades de los artistas en tanto que hechos necesarios de una Historia cuyo programa, lineal y deudor de un clara sucesión entre causas y efectos, obedece al inmarcesible avance de la flecha del tiempo.


Es música muerta… muy pocos la conocen y a casi nadie interesa.


La Estética, pese a apreciarla y querer comprenderla, siempre me ha sido esquiva; como materia, ha tendido a escurrírseme entre los dedos por sentirla que sólo es valida a posteriori –llega tarde, en consecuencia, al acto de la creación; necesita la perspectiva del tiempo y de la comparación– y casi siempre nula a priori, pues se esfuerza en definir –si no imponer–, las líneas de desarrollo de tal o cual forma de expresión de una manera artificiosa y desde el convencimiento intelectual del porque debe ser así… Supongo que esa dualidad de tiempos y asentamientos es lo que la vuelve atractiva a las mentes que la estudian y es de ese tácito consenso que el discurrir de los hechos logra entre los planteamientos que se van estableciendo por el desarrollo común del oficio y los manifiestos personales que tratan de fundar –o de justificar– los nuevos credos, a partir del cual el Arte se despliega de una manera concreta en cada época.


Desde mi percepción actual de estos asuntos, propendo a hablar con una sencillez –vaguedad para algunos– que podría resultar decepcionante desde cualquier planteamiento intelectual pero, en este presente mío de hoy, creo mejor matar para siempre al cerebro palabrero y no oír más su voz. En mi juicio estético sostendría que es la intención anímica con que el autor –más allá de su propia consciencia puntual– conciba o dote a su obra lo que permitirá que ésta llegue y cause efecto en el prójimo. Al final, es una cuestión de sensibilidad en lo que se hace y no de florilegio en cómo se describe.


En una leve aproximación estética a mí desde la propia subjetividad de mi mirada, hablaría, en otro alarde de intelectualismo paleto de ínfimo valor, de la “estética del recoveco y de la huida”, pero esto será expuesto otro día.


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