Quizás el secreto consistía en ampliar el foco, en no asentarse en como uno quería ser sino en transitar sin aflicción por aquello que le va ocurriendo; aceptando que, en la construcción del arquetipo propio, cada vida es insustituible, irremplazable e intransferible.
Tal vez he querido vivir la música de un modo en que impedía que ésta viviera en mí –me viviera– en el suyo.
Quizás no haya metáfora más ajustada que el hecho de que la Academia original se fundase, apartada de la polis, junto a la tumba de un héroe mitológico… De aquélla, todas las demás; y de ésta nuestra algunos podrían decir que hace tiempo dejó de ser ese jardín extramuros, aquel espacio de olorosas flores intelectivas. O no…
Tal vez ahora más que nunca se cultiva el nombre del mito muerto y, apartados de la ciudad, los académicos nos piden mayores actos de fe que a sus discípulos Platón.
Quizás sea el momento de recuperar los espacios de crecimiento privados donde el jardín tome nuestro nombre y su fruto seamos nosotros mismos.
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